viernes, 6 de febrero de 2009

Alma abierta

Reflexionando sobre todas las situaciones que nos hemos ido acostumbrando a enfrentarnos diariamente y que, de verlas cotidianas, ya nos parecen lo mas normal del mundo. Hemos aprendido a movernos bajo una losa de presión e indiferencia, que siempre corre el peligro de caernos encima y aplastarnos.
Nos hemos ido moviendo entre dos mundos. Siempre clasificados. Porque estamos en una sociedad que clasifica. Siempre me ha llamado la atención la expresión : "Mi bebe es bueno. Duerme toda la noche", o "es malisimo. No para de llorar". Y ... ¿cuántos meses tiene ese bebe?... No llega a los dos meses. Clasificamos, y mientras clasificamos, vamos dañando libertades del ser. Libertades del sentir.
Nos movemos en lo bueno o en lo malo. Lo bonito o lo feo. La vida o la muerte. El premio o el castigo. La luz o la sombra. Lo positivo o lo negativo. Lo duro o lo blando. El día o la noche. El sonido o el silencio...
Entender que uno o otro son importante para que exista un equilibrio a veces cuesta. Y cuesta porque siempre hay una "parte" que sale peor pagada: "la parte mala". Y nadie quiere estar en esa parte.
Se termina felicitando y alabando "comportamientos modelo", "buenos", donde la expresividad y la exteriorización de los sentimientos se ha controlado tanto, que ya casi no intuyes nada de nada sobre tu interlocutor. Sobre el sencillo ser humano.
Y es que a los niños, cada vez se les deja menos ser niños. Se les pide comportamientos de adultos, aun cuando sabemos que esa adulted no corresponde con su edad biológica. Se les premia por ello. Y así, convierten en virtus un problema que se queda velado o escondido. Y aprenden de la serenidad y contención, a retener emoción...
Aprenden a insensibilizarse. Y luego, son adultos que añoran en lo más profundo e intimo ser niños, para dejarse ir, y llorar o reír como les nazca, cuando les plazca.
Ángela Becerra

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